Un artículo de Estefanía Martín Zarza,
Psicóloga en Fundación Personas y secretaria de la Asociación Española de Psicogerontología (AEPG)
Me despierta la luz del amanecer, abro los ojos y pienso “un día más, un día menos ¿Me levanto o me quedo en la cama?”. Si no me levanto nadie lo va a notar, pero entonces no dejaré de darle vueltas a la cabeza… ¡me levanto! Me aseo un poco y me visto. Me esperan las mismas jeras de siempre, limpiar sobre limpio, y pensar en qué voy a cocinar, para una persona sola no merece la pena molestarse mucho…
Me asomo a la calle, y la mitad de las casas están cerradas, apenas quedan vecinos vivos, y los que quedamos estamos en nuestras casas, porque desde que cerraron el bar y el teleclub solo coincidimos en misa y cuando viene una vez por semana el vendedor. Cuando yo era joven ¡éramos tantos en casa y tantos por familia en el pueblo!, y ahora solos.
Cuando vivía mi marido la cosa era algo distinta, pero desde que me dejó, la casa se me cae encima. Con la pandemia se vendieron tres viviendas en el pueblo y se han venido a vivir algunas personas más jóvenes que trabajan desde casa, pero no les vemos el pelo, ellos hacen su vida. Mis hijos me pusieron en casa también eso del Internet, decían que, para estar conectados, pero yo los aparatos estos no los entiendo, y solo los utilizan ellos cuando vienen por aquí, que cada vez son menos veces. Me dicen que me vaya con ellos a la ciudad, pero eso no es para mí. Como es natural, ellos tienen sus trabajos, sus hijos, sus amistades en la ciudad, y tienen que vivir sus vidas sin cargas.
Además, la ciudad no es para mí, aquí nací y aquí quiero terminar mis días, para mi esta tierra me lo ha dado todo y no quiero irme. A ellos el pueblo les aburre, sobre todo con el frío, los inviernos aquí son muy duros, no hay nada que hacer fuera de casa excepto dar algún paseo si los días vienen soleados, y dentro de casa no te queda otra que leer o ver la televisión. En el verano la cosa cambia, las familias vienen de vacaciones, se escuchan niños jugar, los vecinos trabajan en sus huertos, y por las noches salimos a la fresca y charlamos con todo el que pasa por la calle.
Incluso se han retomado las fiestas patronales y hay unos días que organizan actividades para todas las edades, y una verbena por la noche. Pero todo esto dura poco más de un mes al año, ojalá estuviera todo el año el pueblo así, con esa alegría.
Además, que a una le gusta disfrutar de sus nietos y de sus hijos, y verlos disfrutar aquí, en su tierra. Te sientes acompañado, querido, motivado y sabes que si te pasa algo puedes contar con alguien cerca… (Testimonio de una persona cualquiera, de un pueblo cualquiera, de la España rural)
La Soledad no Deseada es uno de los retos sociales y sanitarios de mayor importancia a los que se enfrentan las sociedades occidentales en este siglo XXI. Casi 5 millones de personas viven solas en España y el 43% tiene más de 65 años (Yanguas, 2018).
El aumento de la esperanza de vida, el descenso de la natalidad, la emigración laboral de las zonas rurales a las grandes ciudades, los nuevos modelos de familia y de convivencia, la distancia social entre grupos generacionales, la distribución del tiempo laboral y social, y la irrupción de las nuevas tecnologías, entre otros, ofrecen una nueva realidad donde cada vez más personas sienten una soledad nada deseada.
¿Qué es la soledad?
Según Jong Gierveld (1987) la autora de una de las escalas más relevantes para medir el sentimiento de soledad, la soledad se puede definir como “la discrepancia entre las relaciones sociales deseadas y las que efectivamente se tienen”.
Ya lo decía Aristóteles, el ser humano es social por naturaleza, y necesita relacionarse y sentir que es miembro de un grupo. Según R. S. Weiss (1973) se podría distinguir entre la soledad emocional (derivada del abandono o ausencia de apego o relación afectiva con otras personas) y la soledad social (surge de la falta de sentido de pertenencia o integración a una comunidad y de la imposibilidad de contar con alguien en caso de necesidad).
Además, hay que diferenciar entre la soledad objetiva (aislamiento social) y la subjetiva, ya que se puede estar socialmente aislado y no sufrir sentimiento alguno de soledad, y se puede estar socialmente muy acompañado y sufrir en mayor o menor medida soledad (Díez y Morenos, 2015).
La soledad se está convirtiendo en un tema de gran interés social, ya que es un factor de riesgo grave para muchos problemas relacionados con la salud física y psicológica de las personas, que ha sido agravado en los últimos años por la pandemia COVID-19 (Yanguas, 2021).
Uno de los grupos con mayor riesgo de sentirse solos son las personas con más 65 años debido a la mayor probabilidad de haber sufrido la pérdida de personas (viudedad, nido vacío) y de capacidades, lo que dificulta la integración y participación social.
Algunos estudios apuntan que la soledad ha crecido más en las zonas urbanas, donde las personas, a pesar de estar rodeadas de gente y contar con más recursos, se sienten más solas porque las relaciones son más superficiales e impersonales.
En el medio rural hay más convivencia, se establecen relaciones más estrechas y directas, que promueven la comunicación y la solidaridad con los demás, lo que da lugar a que las personas que están solas no aprecien ni sientan tanto esa emoción. Sin embargo, la falta de pobladores y la edad avanzada de sus habitantes, y la poca accesibilidad de las calles, provoca cada vez más, un aislamiento mayor.
Además, la falta de recursos y la eliminación de actividades grupales a consecuencia de la pandemia, está provocando el aumento de la soledad. Los estudios ya hablaban de cifras elevadas anteriores a la pandemia, pero estos dos años han dado un giro importante en el aumento de la soledad en los pueblos.
¿Qué podemos hacer para paliar la soledad rural?
Hay muchas y diversas actuaciones que pueden fomentarse para prevenir y reducir los sentimientos de soledad en el ámbito rural. Por un lado, estarían todas las actuaciones que podríamos englobar en la prevención de la despoblación de zonas rurales (políticas de empleo, fiscalidad, accesibilidad, transporte y conectividad), sin personas disponibles físicamente es complicado crear relaciones.
Por otro lado, las actuaciones que permiten el apoyo de las familias (medidas de conciliación familiar) y la sensibilización para generar sociedades más compasivas y solidarias. Además, es importante fomentar el asociacionismo y aumentar los recursos comunitarios que favorecen el encuentro y la participación social (clubs sociales, comercios, zonas de recreo, etc.). Y mantener y aumentar los proyectos e iniciativas público o privadas que detectan y luchan contra la soledad mediante los programas de envejecimiento activo, habilidades sociales, voluntariado, intercambios intergeneracionales, educación digital, modelos residenciales tipo housing, entre otros.
Ante esta realidad, Fundación Personas, entidad social de referencia en el ámbito de la discapacidad, dependencia y mayores, está poniendo en marcha un nuevo proyecto innovador de lucha contra la Soledad no Deseada en el medio rural, con el objetivo de paliar la distancia social a través de actividades grupales facilitadas por medios digitales y telemáticos, que además ayuden a mantener un estilo de vida saludable y fomentar laautonomía. Se iniciará como proyecto piloto en varios municipios de menos de 2.000 habitantes de la provincia de Valladolid.
Se considera que parte de la solución a esta problemática está en el grupo, en volver a unir a aquellos que se trataban como familia cuando solo eran vecinos. En actividades que generen bienestar, pero también arraigo, que versen sobre la tierra, los sentimientos y los sueños en torno a ella. En traer el presente a zonas donde la tecnología y el avance les tocó de refilón, y llenar de esperanza y nuevas oportunidades a sus jóvenes.