Un artículo de Adriana San Juan,
Farmacéutica especialista en Hospital Bermingham, publicado en el blog de Matia Fundazioa
Las benzodiacepinas son medicamentos que se utilizan principalmente para el tratamiento a corto plazo de trastornos como la ansiedad y el insomnio, pero también son eficaces como relajantes musculares, anticonvulsivantes o en la desintoxicación alcohólica.
La duración del tratamiento con benzodiacepinas oscila entre las dos y las cuatro semanas en caso de insomnio, y de 8 a 12 semanas si hablamos de ansiedad, incluyendo en este periodo su retirada progresiva. Sin embargo, son prescripciones que habitualmente llegan a cronificarse, lo que provoca problemas de tolerancia y dependencia, síndrome de abstinencia, abuso y comportamientos paradójicos, cuando su consumo es ininterrumpido.
Esto es especialmente relevante en el caso de las personas mayores, consideradas población de riesgo ante el uso descontrolado de medicamentos como las benzodiacepinas. Por lo general, estas personas son más sensibles a sus efectos adversos y las metabolizan más lentamente, lo que favorece la acumulación de estos fármacos en el organismo, e implica efectos como debilidad muscular, pérdida de reflejos y agilidad, sedación excesiva, caídas, y otros riesgos como alteraciones de la memoria y la influencia en el deterioro cognitivo.
En personas mayores institucionalizadas, existen diversos estudios en los que se observa como una gran proporción de las prescripciones no siguen las guías farmacológicas existentes en cuanto a su indicación, excediendo la duración recomendada y careciendo de evaluación en el momento oportuno.
Vivir institucionalizado en una residencia, tener dos o más prescriptores diferentes y tener seis o más diagnósticos, resultan ser factores de riesgo independientes tanto para la polimedicación, como para el consumo de medicamentos potencialmente inapropiados y el consumo de fármacos psicotrópicos, como sería es el caso del que hablamos.
Existen diferentes estrategias dirigidas a la población general para llevar a cabo un proceso de desprescripción de esta medicación. Así, se ha visto cómo una intervención sencilla, en la que se indica la pauta de retirada al paciente e información de los posibles efectos de la retirada y su solución, ha mostrado ser eficaz y duradera, permitiendo, sin visitas de seguimiento, reducir el consumo a los 12 meses entre un 18% y un 62% según la estrategia adoptada.
De igual forma, la revisión del tratamiento farmacológico, así como un uso regular de software para sistematizar la revisión de las benzodiacepinas prescritas, ayuda a reducir el riesgo de problemas relacionados con estos medicamentos y su consumo en pacientes institucionalizados que llevan más de tres meses de tratamiento con estos psicotrópicos.
Aplicando las distintas estrategias, podemos predecir un impacto importante dado que en torno al 40% de personas institucionalizados tienen prescrita al menos una medicación de esta clase, con el añadido de contar con suficiente evidencia científica que señala como su discontinuación no implica riesgos para el paciente, sino todo lo contrario, le aporta beneficios.
Nos gustaría concluir señalando la necesidad de seguir apoyando a los profesionales sanitarios que desempeñan su labor en centros sociosanitarios, para así poder potenciar las estrategias de desprescripción ya existentes, así como garantizar que la selección y prescripción de benzodiacepinas es adecuada desde el inicio.
Asimismo, es necesario continuar realizando estudios y planes de reducción progresiva mediante revisiones periódicas y sistemáticas, y desarrollar herramientas digitales que permitan desmedicalizar a la población.
Y es que como decía Hipócrates: «La mejor medicina de todas es enseñarle a la gente cómo no necesitarla.»
Lecturas recomendadas:
Deprescribing.org (2019), Benzodiazepine & Z-Drug (BZRA) Deprescribing Algorithm. Deprescribing.org.