Un artículo de Mayte Vázquez Resino,
Psicóloga Sanitaria
Introducción
Es un hecho que la esperanza de vida casi se ha duplicado en el siglo pasado como resultado de los avances en medicina, atención, saneamiento e industrialización. Las sociedades actuales viven el tiempo suficiente para experimentar diversos cambios físicos, cognitivos y sociales que acompañan al envejecimiento, algunos de los cuales pueden socavar su bienestar y la satisfacción con la vida posterior (Mirowsky y Ross, 1992).
Además con el incremento de la edad, aumenta la probabilidad de experimentar factores estresantes como la muerte de un compañero o amigo, la disminución de la salud mental y física, la dependencia de los hijos, y una menor capacidad para participar en actividades agradables y satisfactorias (Baltes y Baltes, 1990; Lee y Markides, 1990; Manton, 1990; Singer, Verhaeghen, Ghisletta, Lindengerger, y Baltes, 2003), todos ellos factores que demandan un acompañamiento en su evolución adecuada.
No debemos olvidar, además, que más del 80% de las personas cuidadoras son mujeres, la mayoría familiares de la persona dependiente.
La figura del cuidador en la sociedad actual. La sobrecarga del cuidador
Por todo lo que antecede, cuidar implica, un cariño, un apoyo, de hecho, a lo largo de la vida nos va a tocar cuidar, lo que ocurre es que estamos a acostumbrados a cuidar a personas sanas, pero en un momento dado nos va a tocar cuidar a personas enfermas y dependientes. En general, los cuidadores ignoran lo que son sus necesidades por dedicarse al 100 % a cuidar y se olvidan de ellos.
Este tipo de cuidados producen una carga emocional muy importante, de ahí la necesidad de ayuda psicológica. La mayoría de las personas mayores por la enfermedad tienen dolor, tristeza, depresión, se ven ellos mismos con más necesidades y más deterioro. A la persona que es testigo le provoca frustración, enojo e incluso depresión. Son pacientes que cada vez demandan más cuidados y a la frustración se suma el sentimiento de culpa del cuidador.
En el cuidador, por tanto, se producen una amalgama de sensaciones como son el atender al dolor, a la discapacidad a la muerte o a situaciones límites de otras personas, que mezcladas con esos sentimientos de no poder hacer nada o muy poco y mantenidas en el tiempo, se llegan a convertir en verdaderos problemas de estrés y “burnout”.
Según la OMS (2019), el Síndrome de Burnout, “Síndrome de estar quemado”, es un trastorno acompañado por la sensación de agotamiento o cansancio excesivo, siendo consecuencia de estrés laboral crónico que se caracteriza por un estado de impotencia emocional, con actitud distante frente al trabajo, pérdida de identidad o personalidad, seguido de una sensación de ineficacia al hacer adecuadamente las tareas. Incluye problemas de salud mental y muchas patologías psíquicas derivadas de un escaso control y de la carencia de una prevención de este síndrome.
En las personas que brindan cuidados a familiares dependientes, su calidad de vida se ve afectada por la sobrecarga de los cuidados, a mayor nivel de carga, la satisfacción de vida disminuye en la persona cuidadora. Teniendo fuertes consecuencias sobre el que recibe los cuidados y a su vez puede repercutir en malos tratos y abusos hacia la persona dependiente.
El síndrome de sobrecarga se caracteriza por ser un estado de agotamiento emocional, estrés y cansancio en las personas (Acker, 2011) acusan falta de sueño, de tiempo para sí mismos, falta de libertad, abandono de relaciones sociales y descuido de la propia familia nuclear, lo que además provoca conflictos con cónyuges, hijos y otros familiares directos (Ferrara et al, 2008).
Todas ellas, consecuencias de tipo emocional y afectivo producto de la impotencia ante el progreso de la enfermedad del familiar, y la dependencia, la sobrecarga de trabajo, la sensación de aislamiento y abandono por parte del entorno familiar, el posible desentendimiento de otros familiares y el sentimiento de culpabilidad por pensar que no se está cuidando a la persona como se debiera y que no se están haciendo bien las cosas (IMSERSO, 2009).
Características del cuidador sano
Cada cuidador se enfrenta a cada situación de dependencia de manera diferente, sus estrategias de afrontamiento para abordar las situaciones negativas son distintas, pero cuando la persona no es capaz de adaptarse a las circunstancias de una manera positiva aparece este “síndrome del cuidador”, por lo cual un cuidador sano es aquel que conoce sus límites y desarrolla conciencia de sus emociones, ofreciéndose la oportunidad de dedicarse un tiempo para él mismo.
Por ello, es importante desde el ámbito de la psicología desarrollar programas de prevención e intervención, asesoramiento y acompañamiento psicológico, donde es primordial enseñar a saber manejar las situaciones con compasión, autocompasión, empatía y habilidades comunicativas y sobre todo aprender a conocer sus sentimientos, con el objetivo de proporcionar calidad de vida integral.
Pero ¿quién cuida al cuidador?. Cuidarse para cuidar
Por todo lo expuesto, para poder cuidar es necesario cuidarse a uno mismo, mantener un buen estado de salud, tanto física como psicológica, sentirse bien a nivel emocional y anímico y tener calidad de vida. Esto se traducirá en prestar una atención de calidad a la persona que se cuida.
A continuación destacamos una serie de consejos para ese autocuidado personal:
- Atienda a su propia salud y bienestar.
- Evite el aislamiento y la pérdida de contactos con su entorno familiar y social.
- Pida ayuda a las personas de su entorno sin esperar a que se la ofrezcan.
- Comparta y delegue tareas y responsabilidades.
- Exprese sus sentimientos abiertamente.
- Valore y reconozca el esfuerzo que está realizando.
- Establezca límites ante la demanda de cuidados de la persona mayor.
- Utilice los recursos profesionales y sociales disponibles.
- Procure que no se produzca un desequilibrio entre la necesidad de cuidados y los recursos y ayudas que tenga.
- Mantenga una conducta reflexiva, aprenda de la experiencia y tenga seguridad en sus propias capacidades.
- Conserve su firmeza y capacidad para tomar decisiones a pesar de las dudas y presiones del entorno.
- Perciba las dificultades como oportunidades de cambio en lugar de amenazas
Conclusiones
Cuidar a una persona mayor dependiente significa ayudarle, respondiendo a sus necesidades básicas e intentando mantener su bienestar con la mayor calidad y calidez.
El cuidador principal es la persona que asume la responsabilidad de cuidar y la supervisión de los cuidados. Por tanto ser cuidador implica:
- Responsabilizarse de todos los aspectos de la vida del enfermo: higiene, ali mentación, vestido, medicación, seguridad, etc.
- Decidir dónde y cuándo deben invertirse los esfuerzos y los recursos perso nales y económicos.
- Tener que afrontar la sobrecarga física y emocional que supone la dedicación continuada al cuidado.
- Enfrentarse a la pérdida paulatina de su autonomía, teniendo que compaginar los cuidados con el mantenimiento de sus relaciones en el entorno familiar, laboral y social, ocio, etc.
Ante estas responsabilidades y afrontamientos es fundamental saber pedir ayuda a gente próxima, ya sea familiares o amigos: la importancia del humanismo y solidaridad intergeneracional, puede ser una solución en las familias, porque no se debe obviar que “el cuidador no debe olvidarse nunca de sí mismo”.
Bibliografía
Acker, G.M. (2011). Burnout among mental health care providers. Journal of Social Work, publicación online, DOI: 10.1177/1468017310392418.
Fernández-Ballesteros, R. (2009) (Dir.), Psicología de la Vejez. Una Psicogerontología Aplicada. Madrid: Psicología Pirámide
Geriatricarea.com. (2019). Más del 80% de las personas cuidadoras son mujeres, la mayoría familiares de la persona dependiente.
Instituto Nacional de las personas adultas mayores. (s/f). Blog. La importancia del autocuidado en cuidadoras y cuidadores de personas mayores dependientes. www.gob.mx/inapam/articulos/importancia-del-autocuidado-de-quien-cuida-a-personas-adultas-mayores-dependientes?idiom=es
SEGG. (2019). Curso Cuidadores de personas mayores dependientes. 5ª Edición.
Sobre la autora
Mayte Vázquez Resino es Psicóloga Sanitaria, miembro activo del grupo de Buen Trato a las personas Mayores del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid. Voluntaria y miembro en activo del Equipo de Acción Específica de Personas con mayor vulnerabilidad (EAE + Vulnerabilidad) de “Grandes Amigos”.
Formadora y experta en intervención en desarrollo cognitivo y emocional, Mindfulness, Montessori y Psicología Positiva en personas mayores.