Un artículo de la Dra. Carmen Feliz, Medico Geriatra,
Directora de la Residencia de Psicogeriatría del Complejo Asistencial Benito Menni (CABM), de Hospitales Católicos de Madrid
La dieta y el ejercicio físico constituyen parte de los pilares fundamentales para la consecución de un envejecimiento saludable y la mejora de la calidad de vida de las personas mayores. En los Centros Residenciales deberán formar parte de los objetivos planteados para el desarrollo y conservación de las autonomías de los residentes, así como la consecución de un envejecimiento óptimo y mejora de la calidad de vida.
Los hábitos saludables ayudan a reducir el riesgo de enfermedades crónicas fundamentalmente cardiovasculares y oncológicas, mejoran los factores de riesgo cardiovascular y los trastornos neuropsicológicos.
En las personas mayores, la dieta debe establecerse dependiendo de las características individuales, al poder estar alterada la absorción de nutrientes por múltiples factores, como son la propia edad, las enfermedades concomitantes y las prescripciones farmacológicas.
Se deberá tener en cuenta las variaciones en los receptores del gusto que aparecen con la edad, así como problemas asociados a la masticación, por ausencia o mal estado de piezas dentarias, y a la deglución como ocurre con la disfagia orofaringea más prevalente con la edad y asociada a enfermedades neurodegenerativas; por lo que no se valoraran exclusivamente los componentes de la dieta, sino también las texturas y las formas de administración.
Una dieta saludable debe ser variada, equilibrada y moderada; incluyendo todos los alimentos en proporciones adecuados evitando restricciones y abusos. Los Centros Residenciales deben disponer de nutricionistas y/o médicos que elaboren menús adecuados dependiendo de las características de las personas, diseñando los mismos con las necesidades nutricionales recomendadas e incluyendo los gustos y preferencias de los residentes, basándose en sus estilos de vida previos a la entrada en el centro. De ahí, la importancia que sean las personas mayores quienes intervengan en la elaboración de estos menús y formen comités para su participación.
Una dieta equilibrada deberá contener una cantidad optima en proteínas, alrededor de 1-1,25 g/kg de peso y día, con un equilibrio del 50% para proteínas de origen animal y otra 50% para las de origen vegetal. Los hidratos de carbono deben de aportar un 50-60% de la energía total consumida, sobre todo a partir de hidratos de carbono complejos, con menos del 10% de hidratos de carbono simples.
Las grasas deben aportar un 25-30% de la energía total de la dieta, siendo prioritarias las mono y poliinsaturadas frente a las saturadas, no debiendo sobrepasar estas últimas un 10%. También es de especial importancia el consumo de fibra hasta 20-25 g/día, así como mantener una ingesta adecuada de vitamina D y calcio. Por lo que una dieta de contener una alta variedad de frutas, verduras y legumbres, por su gran aporte en fibra, vitaminas y minerales, con moderación del consumo de azúcar y sal.
Lo ideal seria realizar cuatro o cinco comidas al día, reduciendo las cantidades de alimentos de cada una y procurando cenas poco abundantes.
En relación al ejercicio, existe suficiente evidencia científica que corrobora que disminuye la morbimortalidad e incrementa la longevidad asociada a calidad de vida.
El ejercicio ha demostrado importantes beneficios tanto en la mejora de los factores de riesgo cardiovascular como en la prevención de síndromes geriátricos como son las caídas, la sarcopenia y el inmovilismo. Además, se ha relacionado con la disminución en la incidencia de procesos oncológicos como el cáncer de mama y colon. Su importancia también se relaciona con la salud neuropsicológica influyendo en el sueño, la cognición y los trastornos del ánimo.
Aunque la realización de ejercicio disminuye con la edad, se ha valorado que el 60% de las personas mayores no realizan ningún tipo de ejercicio y un 30% es totalmente sedentario, aumentando estas incidencias con el envejecimiento poblacional.
Desde los Centros Residenciales se debe trabajar para la realización de programas individualizados que incluyan ejercicios aeróbicos, entrenamiento de fuerza, balance y flexibilidad. Estos programas deben ser adaptados a cada uno de los residentes y constituir para ellos actividades significativas en la conservación de capacidades.
Los centros residenciales deberían contar con fisioterapeutas que diseñaran programas de ejercicio individualizados en los que deberían incluirse:
- Los ejercicios aeróbicos o de resistencia, como es caminar, bicicleta o natación, que van a mejorar los factores de riesgo cardiovascular y prevenir la aparición de enfermedades cardiovasculares, accidentes cerebrovasculares, diabetes mellitus y ejercen una protección frente al cáncer de mama y colon.
- Los ejercicios de fortalecimiento, como levantar pesos, refuerzan y potencian la musculatura contribuyendo a mantener o reforzar la autonomía y retrasar la dependencia, previenen la osteoporosis, la poliartrosis y evitan caídas.
- Ejercicios de equilibrio, como los que se practican en el Tai Chi, entre sus beneficios se encuentra la disminución del síndrome postcaída y el aumento del equilibrio y la flexibilidad.
- Los ejercicios de flexibilidad que ayudan a mantener la elasticidad del cuerpo y permiten mejorar en las actividades de la vida diaria y mantenimiento de la autonomía.