Jorge Moreno Molina,
Fisioterapeuta Residencia de personas mayores “San Pedro” Asociación “Edad Dorada” Mensajeros de la Paz-Murcia
Máster en Gerontología y Salud, Especialidad: Intervención en Actividad Física y Deporte en el Envejecimiento
El envejecimiento es un proceso natural en el que se produce el deterioro progresivo celular de órganos y sistemas que contribuyen al declive funcional de los individuos, aumentando el riesgo dependencia (Latham et al., 2003) y comorbilidades (Mühlberg et al., 2004). Se trata de un fenómeno multidimensional que se manifiesta de manera diferente entre los individuos y está condicionado por las interacciones entre factores genéticos, conductuales y ambientales (Ben-Shlomo et al., 2016).
Diversas teorías han sido propuestas para intentar explicar este complejo proceso, clásicamente se han categorizado en dos tipos, las teorías estocásticas, que consideran que el envejecimiento implica variables externas que afectan aleatoriamente a los individuos, y las teorías no estocásticas o deterministas, que lo consideran programado genéticamente.
Si bien, a pesar de las numerosas teorías ninguna es capaz de explicar en su totalidad el fenómeno del envejecimiento (Bratic et al., 2013). Teniendo en cuenta este hecho surgen las teorías integradoras que describen el envejecimiento como el proceso de interacción de diversos mecanismos (Slijepcevic, 2008).
A nivel del proceso biológico, destaca la reciente publicación de López-Otín et al., (2023) en la que resaltan la inestabilidad genómica, las alteraciones en la autofagia, la inflamación crónica de baja intensidad y la disbiosis como cuatro mecanismos comunes al envejecimiento y al cáncer. Previamente identificaron como claves del envejecimiento 9 factores subyacentes al proceso agrupados en 3 categorías (primarios, antagonistas e integradores).
Cambios con relevancia clínica que suceden durante el proceso de envejecimiento
De manera resumida, entre los cambios con relevancia clínica que suceden durante el proceso de envejecimiento destacan:
- A nivel muscular se produce una pérdida de fuerza y de masa muscular (Kyle et al., 2001) con repercusiones en la calidad de vida (Janssen et al., 2002) y que puede conducir a la fragilidad y sarcopenia (Ahmed et al., 2007), siendo la fragilidad un síndrome caracterizado por la disminución de las reservas fisiológicas que provocan el aumento de la vulnerabilidad y del riesgo de eventos adversos como caídas, hospitalización, institucionalización y muerte. (Fried et al., 2001).
Por su parte la sarcopenia es la pérdida gradual y generalizada de la masa muscular esquelética y de la fuerza con riesgo de presentar resultados adversos como discapacidad física, calidad de vida deficiente y mortalidad. (Cruz-Jentoft et al., 2010) y se encuentra estrechamente relacionada con la fragilidad.
- A nivel cardiorrespiratorio se produce la disminución de la distensibilidad cardíaca, y de la respuesta fisiológica del corazón al ejercicio (Wilson et al., 2010), disminución del consumo de oxígeno máximo (Valenzuela et al., 2019) y disminución de la función pulmonar (Roman et al., 2016).
- A nivel cognitivo se producen entre otras alteraciones debido a la aparición de cambios estructurales en áreas cerebrales (frontal y temporal) alteraciones en la memoria, atención y procesos ejecutivos (Kleinloog et al., 2019; Oschwald et al., 2019; Rossi et al., 2021).
Aunque en ocasiones se utilizan como sinónimos, actividad física y ejercicio físico son conceptos diferentes, siendo la actividad física cualquier movimiento corporal producido por los músculos esqueléticos que resulta en un gasto de energía superior al gasto en reposo y el ejercicio físico es un tipo la actividad física planificada, estructurada y repetitiva, y que tiene como objetivo la mejora o el mantenimiento de uno o más componentes de la condición física (Caspersen et al., 1985).
La Organización Mundial de la Salud (OMS) publicó en el año 2020, las recomendaciones sobre actividad física y comportamiento sedentario. En relación a las personas mayores, resalta la importancia de realizar cualquier cantidad de actividad física por mínima que sea y recomienda realizar semanalmente entre 150 y 300 minutos de actividad aeróbica de intensidad moderada, o entre 75 y 150 minutos de actividad aeróbica de intensidad vigorosa.
Para mejorar la salud recomienda al menos 2 días a la semana realizar ejercicios de fuerza de grandes grupos musculares y 3 días a la semana actividad multicomponente que incluya ejercicios de equilibrio (Bull et al, 2020). Sólo el 27,5% de la población mundial cumple con las recomendaciones (Guthold et al., 2018), existe evidencia además sobre la baja adherencia de los adultos mayores en algunos programas de ejercicio (Hawley- Hague et al., 2016).
Por actividad aeróbica se entiende aquella de carácter rítmico que implica la acción de los grandes grupos musculares y que incrementa la frecuencia cardiaca y el gasto energético (por ejemplo, andar, bailar, ciclismo o natación) (Wilmore y Costill, 2007), a su vez el ejercicio de fuerza aquel en el que cada esfuerzo se realiza contra una fuerza opuesta con el fin de aumentar la fuerza muscular, la potencia y/o la resistencia muscular (por ejemplo, levantamiento de pesas, mancuernas, el propio peso corporal) (Cornelissen y Smart, 2013).
Por su parte, el ejercicio multicomponente es aquel que involucra ejercicios de fuerza, aeróbicos y de equilibrio y flexibilidad, existe una sólida evidencia científica sobre los efectos beneficiosos del ejercicio multicomponente en el abordaje de la fragilidad y la prevención de caídas en las personas mayores (Casas-Herrero et al., 2015; Viladrosa et al., 2017).
En relación a la intensidad del ejercicio aeróbico, para calcularla puede realizarse a través de la frecuencia cardíaca, la escala de Borg o el Test del habla. Para el ejercicio de fuerza se pueden emplear entre otros métodos para determinar la intensidad, la repetición máxima (RM), escala de Borg y repeticiones en reserva (American College of Sports Medicine [ACSM], 2020).
En la actualidad existe una sólida evidencia científica que sustenta los beneficios de la realización de ejercicio en personas mayores de manera independiente de la edad y condiciones de salud. Por ejemplo, ha demostrado ser una intervención segura y efectiva para prevenir el declive funcional asociado al ingreso hospitalario en pacientes muy ancianos (Martínez-Velilla et al., 2018), del mismo modo el ejercicio multicomponente parece ser el más adecuado para la mejora cognitiva en pacientes con deterioro cognitivo leve y el ejercicio aeróbico para personas con demencia (Huang et al., 2022).
Los beneficios a nivel cognitivo de la realización de ejercicio son debidos entre otros a la estimulación del factor de crecimiento neurotrófico derivado del cerebro (Vedovelli et al., 2017). También en nonagenarios institucionalizados se han demostrado aumentos en el área de sección transversal muscular, mejoras del equilibrio y de la fuerza y potencia, tras realizar un programa de ejercicio multicomponente que incluía ejercicios de fuerza, reeducación de la marcha y equilibrio (Cadore et al., 2014), así como se han reportado mejoras en las cifras de tensión arterial en mayores hipertensos (Coelho-Júnior et al., 2018) y en el estado funcional de pacientes diabéticos pre frágiles y frágiles (Rodríguez-Mañas et al., 2014)
Una vez realizada la evaluación previa que descarte patologías graves que contraindiquen la práctica de ejercicio, la prescripción en las personas mayores suele realizarse empleando el método FITT en el que se describe la Frecuencia, la Intensidad, el Tiempo y el Tipo de ejercicio. (ACSM, 2020) La prescripción debe realizarse en base a unos objetivos, de manera individualizada y controlada, considerando además de la dosis-respuesta, las adaptaciones específicas (Izquierdo et al., 2021).
El comportamiento sedentario de la población adulta mayor cobra especial relevancia por sus repercusiones clínicas, definido como toda actividad realizada por un individuo mientras se encuentra despierto en posición de sentado, inclinado o tumbado con un gasto energético ≤ 1.5 METs (Tremblay et al., 2017). Supone, además, un factor de riesgo para el desarrollo de enfermedades cardiovasculares, diabetes mellitus tipo 2, mortalidad por todas las causas y para la aparición de algunos tipos de cáncer (Biswas et al., 2015; Ma et al., 2007; Willmot et al., 2012; Zhou et al., 2015).
Existen diversos métodos para medir el comportamiento sedentario, siendo considerado en personas mayores como el “gold standard” el inclinómetro ActivPAL. El comportamiento sedentario depende entre otros factores de la edad, siendo sus cifras más elevadas entre las personas mayores (Rosenberg et al., 2020), sobre todo entre los que viven en residencias geriátricas (Barber et al., 2020; Parry et al., 2019).
Además, este comportamiento se encuentra influenciado por diversos factores a nivel individual, social e institucional por lo tanto, estos aspectos deben ser tenidos en cuenta para el desarrollo e implementación de intervenciones específicas en este grupo de población.
En este sentido destacan dos proyectos internacionales centrados en estrategias de cocreación y ejercicio físico, con resultados positivos como el SITLESS (Giné-Garriga et al., 2017), desarrollado en personas mayores que viven en la comunidad y el proyecto GET READY con mayores institucionalizados (Giné-Garriga et al., 2020).
A modo de conclusión, podemos destacar que la evidencia científica disponible avala que la adecuada prescripción de ejercicio físico en las personas mayores independientemente de su edad y situación basal, representa una herramienta terapéutica de gran valor, tanto para el abordaje del deterioro progresivo del propio proceso de envejecimiento como para elaborar estrategias preventivas y rehabilitadoras de los principales síndromes geriátricos y diversas patologías de alta prevalencia en este grupo de población.
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