La depresión en el contexto de las enfermedades neurológicas suele estar infravalorada e infratratada, y debido a la heterogeneidad de los síntomas y a su posible confusión con otras enfermedades presenta retos en su diagnóstico, tal y como indica una revisión publicado en Brain Sciences.
Este estudio destaca que la depresión y ansiedad son comorbilidades psiquiátricas altamente prevalentes en los trastornos neurológicos, con un sustancial impacto tanto entre quienes las padecen como en sus cuidadores. Y es que entre un 30-50% de las personas que padecen una enfermedad neurológica también padecen depresión.
La depresión aumenta la carga de la enfermedad neurológica al limitar la respuesta al tratamiento, aumentar la discapacidad, reducir la calidad de vida y elevar las tasas de mortalidad, tal y como se pone de manifiesto en el artículo “Depresión en las principales enfermedades neurodegenerativas y accidentes cerebrovasculares. Una revisión crítica de las similitudes y diferencias entre trastornos neurológicos”.
Tal y como destaca el doctor Javier Pagonabarraga, neurólogo en el Hospital de la Santa Creu i Sant Pau y uno de los autores del citado artículo, “la depresión está infradiagnosticada porque muchos neurólogos aún se centran en el diagnóstico de la enfermedad neurológica y comprenden, muchas veces, la depresión solo como una dificultad de adaptación a la enfermedad neurológica. Falta, quizá, esa comprensión de que los síntomas depresivos están causados por la misma disfunción de los circuitos cerebrales”.
Los trastornos neurológicos y la depresión pueden compartir procesos fisiopatológicos y, además, en algunas enfermedades neurológicas, como la enfermedad de Alzheimer, la epilepsia y el accidente cerebrovascular, existe una relación bidireccional con la depresión, de modo que la depresión es un factor de riesgo para ciertos trastornos neurológicos y viceversa.
“Esa relación bidireccional quiere decir que, efectivamente, en muchos de estos pacientes la depresión es secundaria a la disfunción propia de redes neuronales que están afectadas por la enfermedad neurológica en sí. Esto puede ir desde la depresión en la esclerosis múltiple, donde la misma enfermedad neurológica afecta a circuitos que facilitan el desarrollo de depresión, y es aplicable tras haber sufrido un ictus o tener epilepsia y, desde luego, en las enfermedades neurodegenerativas más frecuentes”, explica el Dr. Pagonabarraga.
Si la depresión no se detecta ni se trata junto con el trastorno neurológico, puede provocar la persistencia de los síntomas y una mayor discapacidad. El tratamiento de la depresión en las enfermedades neurológicas requiere de un enfoque que contemple tanto los aspectos neurológicos como los psiquiátricos y psicológicos, lo que pasa por estrategias integradoras con intervenciones farmacológicas y no farmacológicas. Los neurólogos deben reconocer los síntomas, realizar un diagnóstico e iniciar la terapia de forma precoz, según pone de manifiesto este artículo.
En este sentido, el Dr. Pagonabarraga señala que “cualquier neurólogo tiene que saber identificar un síndrome depresivo y diferenciarlo de un síndrome apático o de una clínica ansiosa para poder establecer el mejor tratamiento y saber explicar a los pacientes cada una de las esferas sintomáticas que le están afectando en el día a día”.
Alta prevalencia de depresión en pacientes con deterioro cognitivo leve
La prevalencia de depresión en pacientes con deterioro cognitivo leve es de aproximadamente el 25% en muestras comunitarias y del 40 % en muestras clínicas. Entre los adultos mayores con demencia por todas las causas, la prevalencia del trastorno depresivo mayor es del 14,8 % en pacientes con enfermedad de Alzheimer (EA) y más elevado (24,7 %) en pacientes con demencia vascular.
La progresión del Alzheimer está asociada con una apatía más severa y una depresión y ansiedad menos graves, pero los síntomas afectivos son prevalentes en todas las etapas de la demencia.
Por su parte, los síntomas neuropsiquiátricos en la enfermedad de Parkinson a menudo contribuyen más a la discapacidad, a peor calidad de vida y a mayor carga para los cuidadores que los síntomas motores. Por tanto, el inicio temprano del tratamiento para los síntomas depresivos es crucial.
La depresión es, además, el trastorno afectivo más frecuente tras un ictus y afecta significativamente a la rehabilitación posterior al ictus, la calidad de vida, la mortalidad y la discapacidad. La depresión post-ictus (DPI) puede ocurrir en, aproximadamente, uno de cada tres personas con ictus y permanece estable hasta 10 años después del ictus.
Pueden consultar aquí la revisión «Depression in Major Neurodegenerative Diseases and Strokes: A Critical Review of Similarities and Differences among Neurological Disorders» publicada en Brain Sciences.