Un artículo de Iratxe Herrero Zarate y Carlos Díaz de Argandoña Fernández,
Directores de Y-logika, Investigación Social Aplicada
La celebración del Día Mundial de la Toma de conciencia del Abuso y Maltrato en la Vejez el 15 de junio es una oportunidad de visibilizar una realidad socialmente oculta: la violencia que sufren las personas mayores.
El fenómeno del abuso y maltrato en la vejez comenzó a visibilizarse con diferentes publicaciones científicas como la realizada en 1975 por Burston en el British Medical Journey donde presentó el término «granny battering» (abuelita golpeada) para mostrar una realidad desconocida socialmente. Posteriormente, se han ido desarrollando nuevas investigaciones y publicaciones que han contribuido a enriquecer el conocimiento de este fenómeno.
Entre las aportaciones más destacadas, se han establecido diferentes tipologías: maltrato, negligencia y abandono, principalmente, y se han identificado las características más habituales asociadas a las víctimas: ser mujer, de edad avanzada, con escasas relaciones sociales y con alguna discapacidad que requiere de cuidados para realizar las actividades de la vida diaria.
La traslación de este conocimiento al imaginario colectivo se ha realizado asentando dos ideas mayoritarias: denominar este fenómeno genéricamente como maltrato e identificar el perfil de víctima con personas de edad avanzada y con alguna discapacidad que sufren esta violencia en el entorno de los cuidados diarios, tanto en el ámbito familiar como institucional.
Siendo esto así, también es cierto que la realidad de la violencia dirigida a las personas mayores es más amplia que las situaciones de maltrato y que las víctimas no siempre son personas con alguna discapacidad que reciben cuidados. Los cambios sociales que aumentan la esperanza de vida nos están llevando a un escenario demográfico en el que cada vez hay más número de personas mayores y son también más heterogéneas, con claras diferencias gerontológicas entre la tercera y la cuarta edad, tanto en estilos de vida como, en este caso concreto, en características victimológicas.
En este contexto surge el concepto de Gerontocriminología, término que acuñamos en 2015 y obtuvo la Mención especial del Primer premio de Innovación en materia criminológica otorgado por la Sociedad Española de Criminología en 2016. Este concepto hace referencia al estudio del fenómeno del delito en relación con las personas mayores, es decir, tanto cuando son víctimas como cuando delinquen.
Aplicando este concepto al contexto del Día Mundial de la Toma de conciencia del Abuso y Maltrato en la Vejez, el enfoque gerontocriminológico pone el acento en visibilizar una realidad heterogénea tanto en lo que respecta a las situaciones de violencia como a la singularidad de las víctimas.
Las personas mayores pueden ser víctimas en diferentes escenarios: familiar, sociedad, instituciones, la calle o las redes sociales. Del mismo modo, además del maltrato en sentido clásico, también son víctimas, por ejemplo, de violencia de género, de delitos económicos, de delitos de odio como la gerontofobia o por su identidad de género y orientación sexual.
Estas victimizaciones acontecen a personas con diferentes niveles de dependencia y a quienes son completamente autónomas. Se trata, por tanto, de una realidad victimológica variada que trasciende tanto el concepto como el perfil de víctima mayoritariamente compartidos en la sociedad.
La Gerontocriminología se orienta a reducir la vulnerabilidad que puede generar el olvido social de las violencias y de las víctimas mayores que no están reflejadas en el imaginario colectivo. Asimismo, plantea la reflexión de ampliar y complementar la idea del derecho al buen cuidado —tradicionalmente asociado al maltrato y a la fragilidad y dependencia de la víctimas—, con el derecho a la seguridad de las personas mayores que, además de un buen cuidado, incluye otros aspectos —como el reconocimiento de su capacidad de protegerse o su derecho a estar en las políticas de prevención de diferentes victimizaciones, como las anteriormente mencionadas— necesarios en un grupo cada vez más heterogéneo, diverso y mayoritariamente autónomo como son las personas mayores.
Asimismo, este derecho a la seguridad se orienta también a desvincular a las personas mayores de ese componente de fragilidad que les puede otorgar la asociación existente entre victimización y dependencia. Todo ello, con la finalidad de desarrollar medidas de prevención y actuación adecuadas a la realidad heterogénea de la victimización de las personas mayores.