La relación entre alimentación y envejecimiento va más allá de la nutrición en sí, es una herramienta crucial para determinar la calidad de vida en personas mayores. Así, las personas que siguen una dieta mediterránea muestran una menor incidencia de enfermedades crónicas.
La dieta no solo influye en la esperanza de vida, sino en cómo se viven esos años, impactando directamente en la aparición de enfermedades crónicas y discapacidades. Es crucial reivindicar la comida de las abuelas, no solo por nostalgia, sino como una estrategia basada en evidencia para asegurar un envejecimiento activo y saludable.
Estas afirmaciones fueron ofrecidas por el Dr. Javier Aranceta, Doctor en Medicina y Nutrición, especialista en Medicina Preventiva y Salud Pública y presidente de la Real Academia de Medicina del País Vasco durante la conferencia ‘Alimentación y procesos de envejecimiento’, impartida en el ciclo “Encuentros con la Salud” de El Correo, que ha estrenado nuevo curso.
Según este experto, adoptar la dieta mediterránea no es solo una elección personal; es una intervención de salud pública con potencial para reducir significativamente la carga de enfermedades y mejorar la calidad de vida en la población. También cabe destacar que el ejercicio físico y la interacción social son pilares fundamentales para mantener una salud óptima a lo largo de la vida y reducir la discapacidad por envejecimiento.
En este contexto, el Dr. Aranceta subraya que décadas de investigaciones “han demostrado que patrones dietéticos como la dieta mediterránea son efectivos en la prevención de múltiples patologías asociadas al envejecimiento. La dieta mediterránea no es una moda; es el patrón dietético con más evidencia científica a su favor para la promoción de la salud y la prevención de enfermedades. Estudios han vinculado este tipo de alimentación, por ejemplo, con una reducción significativa en la incidencia de enfermedades cardiovasculares, diabetes tipo 2, cáncer, y deterioro cognitivo”.
La dieta mediterránea se distingue por la abundancia de alimentos frescos y mínimamente procesados. De esta forma, el Dr. Aranceta destaca varios componentes esenciales y sus mecanismos de acción específicos: aceite de oliva virgen extra, que contiene polifenoles y ácidos grasos monoinsaturados que modulan la inflamación y el estrés oxidativo y procesos centrales en el envejecimiento celular.
También describe que las frutas y las verduras aportan fibra, antioxidantes y fitoquímicos con propiedades antiinflamatorias y antineoplásicas, lo que se traduce en una menor incidencia de cánceres de colon, próstata y mama, así como en una mejora de la salud intestinal y cardiovascular.
“Nuestras abuelas, con su sabiduría transmitida de generación en generación, parecían tener una habilidad casi adivinatoria para saber qué nos hacía bien. Por ejemplo, siempre supieron que las alubias rojas no solo son una excelente fuente de proteínas y fibra, sino que también ayudan a regular los niveles de azúcar en la sangre y son ricas en antioxidantes que protegen nuestras células”, explica el doctor.
En esta línea, el Dr. Aranceta destaca que “de igual forma, conocían los beneficios de los frutos secos, reconociéndolos como pequeños tesoros nutricionales llenos de grasas saludables, vitaminas y minerales que fortalecen el corazón y el cerebro. ¿Y quién no recuerda a nuestras abuelas poniéndose rodajas de pepino en los ojos? Intuitivamente sabían que este sencillo remedio casero, cargado de agua y antioxidantes, podía reducir la hinchazón y refrescar la piel”.
La dieta mediterránea favorece la funcionalidad física y cognitiva
El impacto de la dieta mediterránea no se limita a la prevención de enfermedades; también mejora los marcadores de calidad de vida, según expone el experto. El Dr. Aranceta destaca que «las personas que siguen este patrón dietético muestran no solo una menor incidencia de enfermedades crónicas, sino también una mayor funcionalidad física y cognitiva en la vejez«.
“Esto es especialmente relevante en un contexto de envejecimiento poblacional acelerado, donde la carga de discapacidad asociada a enfermedades crónicas representa un desafío significativo para los sistemas de salud”, añade.
Por otro lado, el Dr. Aranceta afirma que “a medida que avanzamos en la vida, es esencial prepararnos de manera gradual para el envejecimiento, ya que con el paso del tiempo nuestro cuerpo y mente requieren cuidados específicos”.
“El primer punto de inflexión hacia la vejez ocurre alrededor de los 40 años, momento en el que comenzamos a notar cambios en nuestro metabolismo, masa muscular y niveles de energía. Es una etapa clave para establecer hábitos saludables, como una alimentación equilibrada, ejercicio físico regular y chequeos médicos preventivos, que nos ayudarán a mantenernos en buena forma y prevenir problemas de salud en el futuro. El segundo punto de inflexión se presenta en los 60 años, cuando los efectos del envejecimiento pueden hacerse más evidentes”, concluye el presidente de la Real Academia de Medicina del País Vasco.