Un artículo de Ana Mª González Jiménez,
psicóloga y Presidenta de la Asociación Española de Psicogerontología (AEPG)
Actualmente el término “estimulación cognitiva” es ampliamente utilizado en el ámbito gerontológico sociosaniario, aunque no sólo en éste, siendo su abordaje obligatorio cuanto se trata el tema del envejecimiento activo. Al haber sido demostrados ampliamente sus beneficios, los centros de atención a personas mayores incluyen con frecuencia terapias de estimulación cognitiva dentro de los servicios terapéuticos que ofrecen a sus usuarios y/o residentes. Sin embargo, existe una significativa confusión con respecto al concepto, a los posibles objetivos de su utilización y a sus posibles intervenciones.
En primer lugar debemos reflexionar sobre lo que podemos y no podemos considerar estimulación cognitiva desde el punto de vista terapéutico. Constantemente recibimos estímulos a través de nuestros sentidos que nos conectan con el exterior (susurros, pitidos de vehículos, música de ambiente, etc.) e incluso desde nuestro interior (pensamientos, ruidos de nuestro estómago, etc.), algunos de cuales se reciben de forma pasiva, sin voluntariedad por parte de la persona, y otros requieren al menos cierta voluntariedad.
Cualquiera de estos estímulos que recibimos deben ser procesados por nuestro cerebro, produciéndose cambios bioquímicos en él, por lo que ciertamente suponen una estimulación para nuestro cerebro (y nuestro organismo al completo). Sin embargo, para que estos estímulos puedan ser considerados como estimulación cognitiva desde un punto de vista terapéutico deben estar enmarcados en un programa de intervención estructurado, con objetivos concretos definidos, siguiendo una metodología específica, guiados y supervisados por un profesional cualificado, etc. y por supuesto, deben haber sido demostrados sus beneficios científicamente.
En las revisiones de estudios realizadas sobre los beneficios de diversas terapias no farmacológicas en pacientes con demencia se han encontrado resultados positivos en la cognición de los participantes, mejorando en procesos atencionales, memoria, lenguaje y en cognición en general. Se observa también un menor deterioro de las actividades instrumentales de la vida diaria frente a otros pacientes que sólo reciben los cuidados normales. En cuanto a las alteraciones conductuales, se observa además una mejora en el control emocional, los problemas de conducta y las conductas disruptivas.
A pesar de la tendencia a generalizar, debemos partir del hecho de que no todas las personas mayores tienen las mismas necesidades cognitivas ya que éstas están estrechamente relacionadas con el estado cognitivo de la persona. Así, podemos estar frente a personas mayores con un excelente estado cognitivo, frente a otras que comienzan a experimentar ciertos déficits y otras con un proceso demencial ya instaurado. Por ello es imprescindible una evaluación cognitiva inicial, y de seguimiento, que nos permita establecer un plan de intervención individualizado a partir del cual intervenir.
Dependiendo de las necesidades cognitivas de los usuarios y/o residentes de los centros deberemos plantearnos objetivos de intervención diferentes:
- Intervenciones de prevención del deterioro cognitivo: conjunto de acciones estructuradas dirigidas a evitar o retrasar la aparición de déficits cognitivos, es decir, para el mantenimiento de las capacidades cognitivas preservadas.
- Intervenciones de rehabilitación cognitivas: conjunto de acciones estructuradas encaminadas a la recuperación de funciones cognitivas tras una lesión cerebral (tras un traumatismo craneoencefálico, un accidente cerebrovascular, etc.).
- Intervenciones de entrenamiento: conjunto de acciones estructuradas encaminadas a la potenciación de las funciones cognitivas hasta un punto óptimo.
Los diferentes objetivos de estas intervenciones en ocasiones llevan consigo cierta confusión. Por ejemplo, es frecuente escuchar y/o leer el término rehabilitación cognitiva asociado a intervenciones dirigidas a personas con enfermedades neurodegenerativas (por ejemplo, la enfermedad tipo Alzheimer). Como su propio nombre sugiere, éstas enfermedades suponen la pérdida progresiva, irreversible (y hasta la fecha irremediable) de las funciones cognitivas (y finalmente también funcionales) de quien las padece, debido a la degeneración de sus neuronas. Por lo tanto, en este contexto no tiene sentido hablar de rehabilitación ya que desgraciadamente ninguna de nuestras acciones podrán rehabilitar las funciones alteradas.
En los centros gerontológicos, el psicogerontólogo planifica, ejecuta y evalúa los resultados de los programas de estimulación cognitiva ateniendo al plan integral individualizado de los usuarios y/o residentes. Dependiendo de los objetivos que persiguen, de la metodología que emplean, etc., las intervenciones que desarrolla el psicogerontólogo pueden ser: talleres de psicoestimulación, talleres de reminiscencia, terapia de orientación a la realidad, talleres de entrenamiento de la memoria, etc.
Recientemente están cogiendo fuerza otros tipos de intervenciones como las que utilizan las nuevas tecnologías (por ejemplo, la witerapia) o animales domésticos, entre otros. En cualquier caso, para que las intervenciones, sean del tipo que sean, repercutan positiva y significativamente en el funcionamiento cognitivo del residente y/o usuario (más allá del efecto placebo), es decir, para que resulten realmente beneficiosos, deben cumplir ciertos requisitos, entre otros: aplicarse en grupos reducidos, heterogéneos, establecerse con cierta regularidad, estar compuestos por ejercicios que exijan cierto esfuerzo para los participantes, etc.
Efectivamente, en la estimulación cognitiva no todo vale: para lograr los resultados deseados para el envejecimiento activo de las personas mayores, los profesionales deben emplear únicamente intervenciones que dispongan del suficiente respaldo científicos y someterlas a constantes revisiones para valorar su eficacia.
Sobre la autora: Ana Mª González Jiménez
Ana Mª González Jiménez es psicóloga y actualmente desempeña el cargo de Presidenta de la Asociación Española de Psicogerontología (AEPG). Es Máster en Psicogerontología por la Universidad de Salamanca y Máster en Neuropsicología Clínica por la Universidad Pablo Olavide de Sevilla.
Ha desempeñado su labor en varias residencias y centros de día para personas mayores y en centros de rehabilitación de daño cerebral. Recientemente se ha unido a la Asociación para la Protección de Enfermos de Terapias Pseudocientíficas (APETP).
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