Un artículo de Laura María García Fernández,
Graduada en Educación Social y Máster Oficial en
Gerontología, Dependencia y Protección de los Mayores
El auto-cuidado se podría definir como una serie de acciones, realizada por la propia persona, que le proporcionan bienestar físico y psicológico. Es fundamental para las familias que se encargan del cuidado de la persona mayor dependiente, ya que esto no sólo repercutirá sobre su propia salud, sino que también tendrá consecuencias positivas para su entorno.
Es un hecho que la persona mayor que tiene problemas graves de salud, necesitará de terceras personas para realizar las actividades más básicas de la vida diaria. Esto conlleva una gran sobrecarga para la familia, que suele ser la principal afectada. También existen distintos factores que inciden en el nivel de estrés de las familias como:

  • Cambios en su rutina diaria
  • Compaginar sus actividades personales con el cuidado
  • La insuficiencia de recursos sociales
  • Conocer las características, el nivel de dependencia y el desarrollo de la enfermedad
  • Las propias ideas y exigencias que tenemos sobre cómo debe ser el cuidado
  • Una cultura en la que predomina que el cuidado recaiga en la familia, en concreto, sobre las mujeres

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El estrés continuo de la persona cuidadora puede dar lugar a diferentes síntomas psicológicos y físicos

 
El estrés continuo puede dar lugar a diferentes síntomas psicológicos y físicos como palpitaciones, molestias digestivas, dolores de cabeza, cambios frecuentes de humor, problemas relacionados con el sueño o con la alimentación, entre otros (Aldana y Guarino, 2012; Pérez y De la Vega, 2010). Estos síntomas nos están avisando de que debemos disminuir el ritmo y/o parar para atender nuestras propias necesidades. Para ello, es importante el aprendizaje y puesta en práctica de las habilidades que agrupan el concepto de la inteligencia emocional.
Mayer y Salovey (1997) definieron el concepto de inteligencia emocional como la habilidad para percibir con precisión, valorar y expresar emoción; la habilidad de acceder y/o generar sentimientos cuando facilitan pensamientos; la habilidad de comprender la emoción y el conocimiento emocional; y la habilidad para regular las emociones para promover el crecimiento emocional e intelectual.
Goleman (1995) indica las siguientes áreas que componen su concepto de inteligencia emocional: conocer las propias emociones, manejar las emociones, motivarse a sí mismo, reconocer las emociones en otras personas y establecer relaciones. Estas áreas se concretan en distintas habilidades como la identificación de las emociones, la comprensión sobre la utilidad de cada una de las emociones, la automotivación para la consecución de las metas deseadas, la habilidad de empatizar y las habilidades sociales para establecer relaciones satisfactorias.
Estas habilidades proporcionan que seamos más flexibles, sentirnos mejor con nosotras mismas, cuidar de nuestra salud y afrontar mejor los acontecimientos y retos. Por lo tanto, la inteligencia emocional en familias cuidadoras disminuirían la sobrecarga y el nivel de estrés (Gázquez et al., 2015).
Conocer las propias emociones

Es el primer paso para identificar las emociones en el momento que ocurren, comprender y saber actuar en consecuencia. A veces, nos sumergimos tanto en la rutina diaria que no nos paramos a reflexionar sobre cómo estamos y/o ignoramos lo que estamos sintiendo. Esto conlleva que vayamos llenando una bolsa imaginaria, explotando en el momento más inoportuno y de forma desproporcionada. Si siempre anteponemos las necesidades de las demás personas a las nuestras, nos estamos mandado mensajes de que no somos valiosas y de que la opinión de las demás personas y su aceptación es más importante.

Manejar las emociones

Las familias cuidadoras pueden experimentar la culpa relacionada con delegar cuidados o la confusión al no saber cómo actuar. En relación con la culpa, compartir cuidados con una persona profesional o con otro miembro de la familia puede ser beneficioso tanto para la persona mayor afectada como para la cuidadora principal. En segundo lugar, si la familia se siente perdida, hablar con los/as profesionales que están tratando al familiar, asistir a cursos desarrollados por ayuntamientos o asociaciones, o pedir asesoramiento y/o prestaciones a servicios sociales comunitarios, puede ser favorable. Además de una oportunidad para aprender.

Los pensamientos irracionales (tengo que hacerlo todo yo, debería de haber hecho más, siempre lo hago mal, no soy lo suficientemente buena, lo hace porque sabe que me molesta) puede generar malestar interno y ansiedad. Tratarnos bien, no ponernos metas inalcanzables y ser flexibles, disminuirán el malestar (Rodríguez Rodríguez et al., 2014).

Para gestionar la ansiedad, la respiración diafragmática puede ser útil. Inspirar profundamente mientras se cuenta hasta tres y expirar, poco a poco, repitiéndonos y visualizando, mentalmente, palabras como “calma”, “tranquilidad”. Otra alternativa, podría ser el tiempo fuera, se trata de irse un momento y distraerse para reducir la intensidad de la emoción. Esto también funciona cuando estamos muy enfadadas.

Motivarse a sí misma
Aunque resulte difícil, dedicarse tiempo nos sirve para estar más motivadas. No hay que olvidar nuestras metas, intentando en la medida de lo posible, realizar actividades que nos acerquen a ellas. Una forma sería pensar qué área de mi vida me gustaría mejorar e incluir acciones hacia cómo nos gustaría que fuera ese área. Elegir actividades que nos sean gratificantes, nos permitirá recuperar energía, sentirnos mejor y desahogarnos emocionalmente.
Reconocer las emociones en los demás

Para fortalecer las relaciones con nuestro entorno, es útil empatizar. A veces, pueden surgir desacuerdos entre los familiares, por eso, es importante que se reconozca cómo puede estar sintiéndose la otra persona y, a partir de ahí, dialogar para llegar a un acuerdo.

Con la persona mayor afectada, puede ser relevante que no gire nuestra relación solo entorno a la enfermedad, sino compartir actividades que sean gratificantes y apoyar su autonomía y su toma de decisiones en la medida de las posibilidades. Tenemos a nuestro favor que conocemos sus gustos, rutinas y preferencias. Por ejemplo, escuchar sus canciones favoritas, dar un paseo, o simplemente cogerle la mano, fortalecerá el vínculo.

Establecer relaciones

Dedicar tiempo a las relaciones importantes (familia, amistades, pareja) será beneficioso. Si lo incluimos en la lista de tareas como una más, podrá ser llevado a cabo con éxito. Además, contactar con asociaciones de familiares que están pasando por la misma situación, ampliando redes de apoyo y sirviendo para sentirse mejor comprendidas, lo cual puede ser un punto valioso para las familias cuidadoras.

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La inteligencia emocional proporciona habilidades que permiten cuidarnos mejor, mejorar nuestro autoconcepto y sentirnos más capaces de afrontar retos

 
El auto-cuidado también engloba otros aspectos como la alimentación, el sueño, la relajación, la actividad física, acudir a citas y revisiones médicas para mejorar nuestra salud. Por otra parte, si nos sentimos mal, durante un prolongado tiempo y todas las acciones que hacemos para mejorar no funcionan, es mejor pedir ayuda profesional. Esto favorecerá sentirnos escuchadas, verbalizar aspectos que quizás no podamos expresar en nuestro círculo más cercano, mejorar y aprender estrategias y pautas que mejoren nuestra calidad de vida.
En conclusión, la inteligencia emocional nos proporciona habilidades que permiten cuidarnos mejor, mejorar nuestro autoconcepto y sentirnos más capaces de afrontar los retos diarios. Para ello, es fundamental que se ofrezcan, dentro de los servicios públicos y privados, el aprendizaje de estas herramientas a las familias cuidadoras mediante programas y proyectos.
Bibliografía

  • Aldana, G., y Guarino, L. (2012). Sobrecarga, afrontamiento y salud en cuidadoras de pacientes con demencia tipo Alzheimer. Summa Psicológica UST, 9 (1), 5-14.
  • Gázquez, J.J.,Pérez Fuentes, M.C., Molero, M.M., y Mercader, I. (2015).
    Inteligencia emocional y calidad de vida del cuidador familiar de pacientes con demencia. Revista de Comunicación y Salud, 5, 1-15.
  • Goleman, D. (1996). Inteligencia Emocional. Editorial Kairós.
  • Mayer, J.D., y Salovey, P. (1997). What is emotional intelligence? In P. Salovey y D.J. Sluyter (Eds.), Emotional development and emotional intelligence: Educational implications (pp. 3-34). New York: Basic Books.
  • Pérez, V.T., y de la Vega, T. (2010). Repercusión de la demencia en los cuidadores primordiales del policlínico “Ana Bentacourt”. Revista Cubana de Medicina General Integral, 26 (2), 215-224.
  • Rodríguez Rodríguez, P., Díaz Veiga, P., Martínez Rodríguez, T., García Mendoza, A. (2014). Cuidar, cuidarse y sentirse bien. Guía para Personas Cuidadoras según el Modelo de Atención Integral y Centrada en la Persona. Recuperado de: http://www.fundacionpilares.org/docs/2015/guia_cuidar/guia_cuidar_web_color.pdf
geriatricarea Autocuidado inteligencia emocionalSobre la autora:
Laura María García Fernández

Laura María García Fernández es Graduada en Educación Social y Máster Oficial en Gerontología, Dependencia y Protección de los Mayores por la Universidad de Granada. Cuenta con formación en psicogerontología, atención plena e igualdad y ha sido ponente en las Jornadas “Hacia una sociedad para todas las edades” de la Universidad de Granada. Actualmente se encuentra inmersa en la búsqueda activa de trabajo en el ámbito de la Gerontología.
Laura María García Fernández
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