/p>Llevar una vida sedentaria a partir de los 50 años aumenta significativamente el riesgo de desarrollar fragilidad en la vejez. Por este motivo, los geriatras recomiendan mantener una vida activa que incluya actividad física regular, una dieta equilibrada y un entorno social favorable que ayudarán a evitar la dependencia en el futuro.
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Ejercicio, nutrición y vida social activa son los pilares de la intervención geriátrica para tratar la fragilidad y evitar la futura dependencia

Estos y otros muchos aspectos se abordan desde hoy y hasta el sábado en la novena edición de los Cursos de Formación Dr. Salgado Alba que, organizados por la Sociedad Española de Medicina Geriátrica SEMEG en colaboración con Novartis, tienen lugar en la localidad madrileña de San Lorenzo de El Escorial. Bajo el título Fragilidad toman parte más de una treintena de residentes de la especialidad de Geriatría en epidemiología, fisiopatología, diagnóstico y tratamiento de la fragilidad por la alta prevalencia que se está observando en los últimos años.
“El gran interés que ha despertado la fragilidad en los últimos años tiene mucho que ver con una característica de la que carece la discapacidad: es potencialmente reversible y remediable en la mayoría de los casos, explica el doctor Leocadio Rodríguez Mañas, jefe del Servicio de Geriatría del Hospital Universitario de Getafe y ex presidente de la SEMEG. La mejor manera de tratarlo y evitarlo es manteniendo una vida activa. A día de hoy, ninguna medida farmacológica ha demostrado beneficios en la prevención de este síndrome”.
La fragilidad es un síndrome geriátrico independiente que sufren sobre todo las personas mayores y que se caracteriza por la pérdida de peso, la pobre actividad física, el cansancio y la marcha ralentizada. La fragilidad es invalidante, puede provocar caídas y problemas de salud graves que deriven en ingresos y reingresos, e impide desarrollar tareas tan cotidianas como ducharse o vestirse. Además, es un importante predictor de eventos adversos de salud: mayor discapacidad, hospitalización, institucionalización o muerte.
No todas las personas llegan a la tercera edad en las mismas condiciones físicas y cognitivas, y de ahí parte el concepto de fragilidad. Según comenta la doctora Marta Castro, geriatra del Hospital Universitario de Getafe y  coordinadora del curso, “un 10% de la población mayor de 65 años presenta fragilidad, a lo que hay que añadir un 45% de pre-frágiles. A este colectivo no se le puede poner una edad, porque uno puede ser frágil a los 65 años o llegar hasta los 90 sin serlo. Lo que sí sabemos es que la prevalencia de la fragilidad aumenta con la edad, especialmente a partir de los 75 años, y llegando al 30%-35% en los mayores de 80 años”, subraya.
Su desarrollo depende de la interacción de los factores asociados al puro proceso de envejecimiento y que condiciona una pérdida de la reserva funcional. Si a esto sumamos enfermedades o condiciones crónicas, se acelera o desencadena una mayor disminución de dicha reserva y, en consecuencia, se facilita la aparición de la fragilidad.