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Un artículo de Juan Ignacio Ramos Clemente Romero,
Unidad de Nutricion Servicio de Medicina Interna
Hospital Infanta Elena de Huelva

La demencia es un síndrome que se caracteriza por un deterioro que afecta a nuestra capacidad de relacionarnos con los demás, tiene consecuencias sobre el funcionamiento personal y social, y cursa con síntomas conductuales y psicológicos en la mayoría de los casos. En los países desarrollados, la causa de demencia más frecuente (60-70% de los casos) es la Enfermedad de Alzheimer (EA), que es un proceso neurodegenerativo con manifestaciones propias.
La nutrición tiene un papel en la enfermedad de Alzheimer, pero su peso específico está aún en discusión, aunque es innegable que conforme la enfermedad avanza, los síntomas hacen que los pacientes tengan dificultades progresivas para auto alimentarse, aumentando el riesgo de desnutrición.
La pérdida de peso es frecuente y puede ser uno de los síntomas iniciales de progresión de la enfermedad y los pacientes con déficit nutricional tiene mayor morbilidad y mortalidad. También se ha relacionado la dislipemia con un incremento del riesgo de desarrollar la enfermedad de Alzheimer.
La ingesta de antioxidantes y quelantes de los radicales libres en la dieta se relaciona con un menor riesgo de enfermedad de Alzheimer reduciendo el daño oxidativo, por lo que podrían tener un factor protector.
En este sentido, los principales componentes de la dieta mediterránea contribuyen a la protección frente al deterioro cognitivo asociado a la edad, ya que es una dieta rica en ácidos grasos monoinsaturados, pescado, cereales, verduras frescas, frutas y aceite de oliva. La elevada capacidad antioxidante de estos alimentos asociada a una ingesta calórica reducida podría favorecer una reducción del riesgo de enfermedad de Alzheimer.
No obstante, no hay evidencias científicas suficientes como para realizar intervenciones dietéticas basadas en la dieta mediterránea como parte del tratamiento de la enfermedad, y únicamente puede recomendarse esta dieta para reducir el riesgo cardiovascular, la obesidad, la diabetes y la hipertensión.

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La ingesta de antioxidantes y quelantes de los radicales se relaciona con un menor riesgo de enfermedad de Alzheimer

Las grasas que parecen tener un papel más destacado en la protección de las neuronas son los ácidos grasos omega-3, por su actividad antitrombótica, vasodilatadora, antiinflamatoria, antiarrítmica y sobre el metabolismo lipídico. La ingesta elevada de pescado y, por tanto, de ácidos grasos omega-3 se asocia con un menor riesgo de EA, mientras que la ingesta elevada de margarinas, mantequillas y productos lácteos ricos en omega-6 pueden incrementar el riesgo de desarrollar la enfermedad.
Los ácidos grasos omega-3 tienen capacidad de eliminar radicales libres e incrementar la resistencia al estrés oxidativo, por lo que estos podrían actuar contra los mecanismos de envejecimiento celular. El papel de los ácidos grasos omega-6 como factor de riesgo de enfermedad de Alzheimer parece estar en relación con el desarrollo de fenómenos de resistencia insulínica.
Se han llevado a cabo diversos estudios para valorar el papel de los ácidos grasos omega-3 en la prevención del deterioro cognitivo. En sujetos sanos el ácido docosahexaenoico (DHA), mejora el aprendizaje y la memoria, y en pacientes con enfermedad de Alzheimer leve, hay indicios que apuntan que retrasa la progresión del deterioro cognitivo.
Los datos epidemiológicos han demostrado un aumento del riesgo de demencia en pacientes con concentraciones elevadas de homocisteína, que podría actuar como una sustancia neurotóxica además de un factor de riesgo cardiovascular. Este aminoácido, presente en las grasas de origen animal, produce daño endotelial, incremento en el estrés oxidativo y toxicidad mediada por β-amiloide. Existe una clara evidencia de que la homocisteína potencia la acción de la proteína β-amiloide, que incluyen daño del ADN y fallos en la capacidad de las células para regenerarse, conduciendo así a la muerte celular prematura.
Las vitaminas del grupo B en general tienen un papel importante en los procesos para el desarrollo de un metabolismo energético adecuado de las células. La formación de membranas, la síntesis de neurotransmisores y su liberación son procesos que requieren del concurso de las vitaminas. La niacina o vitamina B6, presente en legumbres, frutos secos, café y té, parece tener un factor protector frente a la enfermedad de Alzheimer incluso a niveles de ingesta normales. También se ha sugerido esta capacidad en relación con las vitaminas C y E aunque no se han podido demostrar resultados consistentes.
Sabemos que las vitaminas como la B12 y el ácido fólico disminuyen los niveles de homocisteína, y se ha intentado corregir la progresión de la enfermedad utilizando en la dieta comprimidos de estos grupos de vitaminas, pero no se ha observado que la suplementación de la dieta con vitaminas actúe como factor protector frente a la enfermedad.
Los requerimientos de energía y nutrición son los mismos que los de otros pacientes con sus mismas características (sexo, edad, peso y talla) aunque pueden verse aumentados si aparece agitación psicomotriz. Al tratarse en la mayoría de los casos de pacientes de edad avanzada, hay que cuidar el estado nutricional pues en este colectivo puede verse favorecida la desnutrición que puede generar un círculo vicioso conduciendo la ingesta de nutrientes deficiente a un deterioro del estado nutricional que contribuiría a una aceleración de la progresión de la enfermedad.
En los ancianos las sensaciones de gusto y olfato disminuyen, hay menor sensación de apetito y sed, falta de piezas dentales, digestiones más lentas, y disfagia (masticación y deglución difíciles). Por otro lado, los ancianos sufren cambios psicológicos y socioeconómicos que, unidos a los factores anteriormente mencionados, son desencadenantes de malnutrición por si mismos en muchos casos.
Las pautas alimentarias recomendadas al paciente con Alzheimer tratan, por un lado, de evitar la desnutrición y por otro, de hacer recomendaciones de consumo de alimentos que contribuyen a enlentecer el avance del deterioro cognitivo. Como norma general se recomienda que los pacientes reciban una dieta fraccionada (5-6 tomas), en pequeñas cantidades, pero de alto contenido calórico y con un aporte suficiente de todos los nutrientes. La textura debe estar adaptada a la capacidad de deglución del paciente, y se debe plantear la comida en un horario fijo, en un ambiente tranquilo y sin distracciones.
Los aspectos más importantes para una dieta saludable son una ingesta adecuada de calorías, un consumo elevado de vitaminas antioxidantes, frutas y vegetales y bajo nivel de grasas saturadas.