Un artículo del Dr. Eloy Ortiz Cachero, Director Residencia Sierra del Cuera 

“El lazo que el individuo teje con los lugares de su vida dándoles un valor afectivo, es indispensable para su estabilidad y la armonía de su existencia”
(Paul Tournier)

Diferentes autores definen la organización como el resultado de la relación entre lo instituido y lo instituyente. Si entendemos que nada, absolutamente nada, ha de estimarse como universal y perenne, que no existen verdades absolutas, sino al contrario, que la certeza es relativa y cambiante, deberemos cuestionarnos si lo instituido, o lo que es lo mismo, el conjunto de valores y normas establecidas son capaces de dar respuestas adecuadas a las demandas planteadas.

La cultura instituida absorbe al individuo mediante pautas y procedimientos uniformizantes y globalizadores. Esta estandarización de las costumbres arraigadas, genera un marco de convivencia unilateral en el que la persona siente que se mutilan de raíz sus ritmos de vida. En este tipo de cultura se anula la singularidad de la persona, siendo los criterios profesionales los que determinan la forma de vida.

El cambio de cultura exige cuestionar las prácticas organizativas consideradas inamovibles para centrarse en las personas a las que se presta la ayuda

Frente al paradigma de lo instituido, la pretensión ha de ser consolidar el prototipo de una cultura instituyente, exhortando a analizar todas y cada una de las conductas preponderantes. El carácter instituyente ha de ser capaz de desenmascarar la faz de lo instituido, ofreciendo a la persona mayor la oportunidad de elegir su forma de vida.

Esta “rebeldía” institucional se convertirá en el estandarte que posibilite ofrecer una atención que genere bienestar, donde el ambiente posibilite el desarrollo de una vida lo más activa y gratificante posible. En definitiva, desde una visión instituyente, el arquetipo organizativo se acomoda a las necesidades, deseos y preferencias de cada persona, desde la desmitificación de las costumbres arraigadas, lo que indefectiblemente, va a generar sensibilidad y propiciar foros de debate y reflexión, con la consiguiente protección de derechos. En la cultura instituyente, el profesional acompaña, y es la persona mayor la que decide y controla su vida.

Somos conocedores de que las organizaciones en las que la cultura de lo instituido impone su supremacía son escasamente diversificadas, ya que así les resulta mucho más fácil manejar el entorno sin tener el más mínimo reparo en “reprimir” lo diferente. En ellas, el trabajo se asocia a la tarea, siendo esta una actividad predeterminada y normalizada. Este modo de pensar y de actuar: “aquí siempre hemos hecho las cosas así”, de debe reemplazar por la búsqueda de intervenciones que consideren primordial la biografía de cada ser humano.

El armazón organizacional, que indiscriminadamente y para su propio beneficio coarta la individualidad de las personas, tiene que dar paso a un talante cambiante que, “arrinconando” la indiferenciación, sea capaz de alterar el orden establecido. Cuando la vida en un centro gerontológico viene impuesta por la “autoridad”, cuando la esencia filosófica es regresiva, cuando no se invita a la participación, inexorablemente la respuesta va a ser el desencuentro, la pasividad y la frustración.

«Cuando la vida en un centro gerontológico viene impuesta por la “autoridad”, cuando la esencia filosófica es regresiva, cuando no se invita a la participación, inexorablemente la respuesta va a ser el desencuentro, la pasividad y la frustración«

En discrepancia con lo expuesto, me parece esencial tener en cuenta la dimensión percibida, o si se quiere subjetiva de la persona en relación a sus deseos y aspiraciones. Como escribió Ortega y Gasset: “lo subjetivo no es lo contrario de la realidad objetiva, más bien es la realidad propia del sujeto, la que tiene de guía y le sirve de referente”. Efectivamente, en la adaptación de la persona a los cambios que tienen lugar en su vida, adquiere una importancia capital el dominio de la situación.

En este sentido, me parece indispensable desarrollar espacios de reflexión que analicen desde la crítica constructiva las estrategias de intervención, para así poder cuestionar las rigideces y encorsetamientos organizativos y dar luz a nuevas oportunidades, que desde la flexibilidad tengan muy presentes las diferencias interpersonales. Qué no sean los juicios de valor de los profesionales los que decidan la vida de la persona mayor en la residencia, sino que sea ella quien determine como desea vivir. Como escribe el profesor Francesc Torralba: “…cuando nos detenemos pensamos, y cuando pensamos nos auditamos”. En fin, señalar, que el marco de convivencia ha de reconocer lo que se ha dado en llamar percepción puntual, es decir, aquellos aspectos concretos de la vida cotidiana que son básicos para una vida satisfactoria y feliz.

Si se considera al ser humano como único e irrepetible, no podemos ni debemos abstraernos de poner en marcha todos los medios en beneficio de esa pluralidad. Se trata de potenciar lo distintivo, lo peculiar. El criterio que enaltece la calidad en la atención es el de la “excepcionalidad”. Una organización que es competente para dar respuesta a realidades insólitas, podrá atribuirse el distintivo de la excelencia.

Todo lo dicho quiere significar que las conductas inflexibles y predeterminadas, junto con la “miopía burocrática”, han de dar paso a un clima de permanente colaboración y entendimiento que sea generador de confianza. La propuesta es la de trabajar para conseguir un entorno estimulante, razón por la cual, el trabajo de los profesionales se ha de desenvolver en los límites de la empatía, la autenticidad, la comprensión, la sensibilidad, el compromiso, la discreción y el respeto.

Las dificultades aparecen cuando ante problemáticas complejas y multidimensionales insistimos en explicaciones reduccionistas, que obviamente van a resultar insuficientes. Dicho de otra manera, los modos simplificadores del conocimiento distorsionan la realidad a la que se pretende dar respuesta. Ciertamente, la simplificación del saber conduce inexorablemente al “pozo de la incompetencia”. Únicamente, la suma de esfuerzos, conocimientos y actitudes es lo que nos puede llevar a construir un ambiente que dignifique la vida de las personas.

Será pues condición sine qua non que en el entramado organizacional se alcance la “sinergia”, es decir, que el equipo se enriquezca del esfuerzo individual de todos sus miembros. Sin duda, la consecución de resultados satisfactorios depende de lo bien que los profesionales que trabajan juntos sean capaces de conjugar esfuerzos. El trabajo realizado individualmente no es suficiente para asegurar el éxito en la intervención.

«La consecución de resultados satisfactorios depende de lo bien que los profesionales que trabajan juntos sean capaces de conjugar esfuerzos. El trabajo realizado individualmente no es suficiente para asegurar el éxito en la intervención»

El cambio de cultura exige pues, cuestionar las prácticas organizativas consideradas inamovibles para centrarse en las personas a las que se presta la ayuda. Como dicen los promotores del cambio de cultura en las residencias de Estados Unidos: “cámbiate a ti mismo y el cambio siguiente vendrá por sí solo”. No se pueden poner en marcha cambios organizativos si no se modifican las formas de pensar de los profesionales.

Desde luego, la cultura de las organizaciones se conforma por el paradigma mental desde donde se trabaja y que se traduce en lo que está permitido y lo que no y cómo se entiende qué es una persona. Para transformar la cultura de las organizaciones se debe detectar el paradigma mental, para así poder cuestionarlo y poder construirlo de nuevo. La clave para ese cambio cultural que deseamos podría resumirse en cómo aprender a desaprender para reaprender. Hay que dar los pasos adecuados para pasar de la teoría a la práctica, de la reflexión a la acción.

Podría vislumbrarse que mis reflexiones proclaman la utopía. Quizás sea así. Pero como escribe Galeano: “ella está en el horizonte. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré. Entonces, ¿para qué sirve la utopía? Para eso sirve, para caminar”. Y ese caminar debe soslayar la obsesión por el control y proyectarse hacia un futuro valioso para las personas.