Un artículo de Raquel de la Iglesia,
licenciada en Farmacia y Ciencia y Tecnología de los Alimentos
dpto. Comunicación Científica de Laboratorios Ordesa

A día de hoy, la malnutrición se ha convertido en uno de los grandes síndromes geriátricos y un factor de fragilidad en nuestro entorno. En España, en menos de 30 años se ha duplicado el número de personas mayores de 65 años y se considera que 1 de cada 3 se encuentra en riesgo de desnutrición. Además, nos encontramos que cada vez somos o seguimos siendo activos a edades más tardías gracias al aumento de la esperanza de vida. Disfrutar de una vejez activa y saludable depende de múltiples factores entre los que se encuentra una adecuada alimentación y mantener una buena condición física.
La práctica regular de “ejercicio” es fundamental para mantener la autonomía en las actividades de la vida diaria. Esta debe estar adaptada a las limitaciones de cada persona y debe practicarse a diario y de manera fácil. Por ejemplo, el simple hecho de subir escaleras, realizar a pie desplazamientos cortos o cuidar de las plantas del jardín, ya entraría dentro de las recomendaciones de actividad física para una persona adulta.
En cuanto a la alimentación, sucede que la desnutrición suele ser frecuente en personas que viven solas, o en aquellas que padecen depresión o deterioro cognitivo, por falta de apetito, entre otras.

Hay una relación directa entre la alimentación, el mantenimiento de la salud y el desarrollo de enfermedades crónicas

 
Las personas mayores que viven solas no suelen realizar una dieta adecuada, bien sea por sus limitaciones para realizar actividades cotidianas, como para salir a comprar o preparar la comida, por una falta de adaptación de los platos a su condición fisiológica y envejecimiento (dificultad en la masticación y/o deglución, pérdida de olfato o del gusto, polimedicación…), por falta de conocimiento de los alimentos, las raciones, malos hábitos culinarios, lo que les lleva a recurrir a dietas y productos inadecuados que acaban en una dieta desequilibrada. Tanto por defecto como por exceso de nutrientes, estas situaciones conducen a un estado de fragilidad, lo que se traduce en mayor riesgo de caídas y más discapacidad.
Esta situación se agrava en personas que padecen enfermedades crónicas o demencias, ya que la desnutrición contribuirá a empeorar su estado de salud. Además, en algunos casos estas patologías por sí mismas ya suelen conllevar una pérdida progresiva de peso.
Teniendo en cuenta que hay una relación directa entre la alimentación, el mantenimiento de la salud y el desarrollo de enfermedades crónicas, es vital fomentar buenos hábitos nutricionales para poder prevenir o retrasar la aparición de enfermedades asociadas al envejecimiento y, a su vez, revertir o también retrasar situaciones de desnutrición en estas personas, mejorando su calidad de vida y bienestar.
Un prototipo de dieta recomendada es la “dieta mediterránea” que se caracteriza por un alto consumo de frutas, verduras, pescado azul, legumbres, frutos secos y aceite de oliva. En cualquier caso, lo importante es que la alimentación sea completa, variada y equilibrada. Esto implica que debe incluir todos los grupos de alimentos, en cantidades y proporciones adecuadas para cubrir las necesidades del organismo, el mantenimiento de las funciones vitales y asimismo evitar alteraciones nutricionales tanto por exceso como por defecto.
Una manera fácil y muy visual para que las personas mayores conozcan la tipología de alimentos y cantidades que deben consumir en las comidas principales es mediante el método del plato. Para ello, únicamente deben repartir los alimentos en el plato teniendo en cuenta que medio plato debe estar compuesto por verduras, un tercio de los hidratos de carbono (cereales, leguminosas) y el 20% restante, alimentos de origen animal, que son una de las principales fuentes de proteínas. Además, se debe acompañar de agua y postre (fruta o yogur).
Por otro lado, es importante no olvidar que las comidas son un acto social y, por tanto, deben ser placenteras. Así que en la medida de lo posible, hay que evitar menús monótonos y limitados que fomenten desinterés.
Todo esto es posible si hay implicación del profesional de la salud, ya sea el médico de atención primaria, geriatra, farmacéutico y/o enfermero, así como familiares y cuidadores, ya que son el pilar básico para fomentar buenos hábitos alimentarios y contribuir a que las personas mayores conserven su autonomía y bienestar y, por tanto, lleven un envejecimiento activo y saludable.


Los primeros síntomas que alertan de una posible desnutrición

Conviene estar atento a determinados signos que nos pueden alertar de una posible desnutrición, especialmente en personas con enfermedades relacionadas con malnutrición y polimedicados.
La constante pérdida de peso no intencionada en los últimos meses es uno de los síntomas más evidentes. Otras situaciones que pueden contribuir a la fragilidad y que, por tanto, nos pueden indicar que existe un problema es la falta de apetito de manera reiterada, la debilidad muscular y falta de energía, así como aparición de infecciones, anemia, etc. por falta de nutrientes esenciales.
La desnutrición provoca la aparición de múltiples problemas, ya que empeora el estado de salud general de la persona haciendo que aumenten las visitas al médico y que la recuperación de posibles cirugías o enfermedades sea más lenta.
Por tanto, hay que estar alerta con personas que bajan significativamente de peso y al preguntarles sobre su alimentación y actividad, nos comentan una falta de apetito, problemas con la dentadura, que se sienten decaídos, depresivos… si viven solos, apenas salen a la calle debido a sus dificultades de movilidad o no realizan todas las comidas recomendadas al día, o no se trata de comidas completas con aporte de todos los nutrientes necesarios para cubrir sus necesidades.

La alimentación debe ser completa, variada y equilibrada, incluyendo todos los grupos de alimentos, en cantidades y proporciones adecuadas

 

Suplementar la dieta para una adecuada ingesta de nutrientes

Cada vez más, estamos viendo una tendencia al alza en la utilización de suplementos nutricionales que ayudan a complementar la alimentación del adulto y que, por tanto, están jugando un papel en la prevención de posibles estados carenciales por falta de nutrientes y contribuyendo al buen estado nutricional y de bienestar en la persona.
Ante una falta general de apetito, vitalidad y pérdida de peso inespecífica, la persona tiene dificultades para cubrir los requerimientos nutricionales a través de la alimentación oral convencional. Una alternativa puede ser recurrir a suplementos nutricionales que proporcionen un aporte completo y equilibrado de nutrientes de todos los grupos, así como de micronutrientes.
La composición de este tipo de preparados ya está especialmente pensada para ayudar a satisfacer las necesidades energéticas y nutricionales de adultos y mayores que tienen alguna dificultad para alimentarse con normalidad o que se encuentran en alguna situación específica donde los requerimientos nutricionales están aumentados.
Por ejemplo, la fuente de proteínas debe ser de elevado valor biológico (con alto contenido en aminoácidos esenciales) y de fácil digestibilidad, como son por ejemplo las proteínas del suero, ya que contribuirán a mantener la masa muscular. Por otro lado, es conveniente un aporte de calcio, fósforo y vitamina D que ayudan a mantener la mineralización ósea así como otras vitaminas y minerales (vitaminas del grupo B, hierro o zinc) relacionadas con la reducción de la fatiga y el cansancio.
Asimismo, en personas que deban controlar su glucemia o pacientes diabéticos, también existen alternativas de suplementos nutricionales de bajo índice glucémico cuyo perfil de hidratos de carbono está adaptado, prescindiendo de azúcares como la sacarosa y la fructosa y con un aporte de fibra e hidratos de carbono de absorción lenta.
En definitiva, los suplementos nutricionales en la edad adulta se han convertido en un aliado para compensar carencias o posibles déficits de determinados nutrientes y contribuir a facilitar una alimentación completa y equilibrada que permita alcanzar y mantener un funcionamiento óptimo del organismo, conservar o restablecer la salud y ayudar a disminuir el riesgo de enfermedades.